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Dietario voluble

13 May 2014

Conmoción esta mañana al salir a la calle y reparar de golpe en la extrañísima presencia de las cosas. Me he sentido tan atónito como completamente superado al observar la geométrica distribución de las calles, los letreros que indican la cercanía del parque Güell, las personas vestidas y charlando, el vendedor de lotería, la risa del paquistaní en la puerta del supermercado, la vendedora de flores de la Travessera, la inteligencia de todo eso.
El barrio es un prodigio más de las relojería universal, y uno ha de ser muy estúpido para negar la inteligencia y ficción de las cosas que lo recorre. He caminado por las calles como si fuera un recién llegado y he admirado la perfecta distribución de semáforos y letreros, la asombrosa realidad de la inteligencia cotidiana.
Me ha turbado ver al hombre de pelo rizado, enano y cojo que desde hace años, siempre a la misma hora, dobla por la calle del Torrent de les Flors. ¿Adónde va desde hace tantos años? Parece uno de esos turbios viajeros que tan mala espina nos dan cuando cruzan en diagonal los vestíbulos de las estaciones y acaban doblando por un pasillo lateral sin que sepamos nunca qué destino llevan.
Sin necesidad de forzarlas, me han llegado con suprema puntualidad la angustia por la fuga del tiempo y la enfermedad -porque es una enfermedad- del misterio de la vida. El hombre enano y cojo ha tenido su responsabilidad en esto. Me ha hecho pensar en todas esas cara que vemos en nuestras calles habituales y que, si un día dejamos de verlas, nos quedamos medio tristes, porque intuimos que han doblado en silencio, por última vez, la definitiva esquina de siempre.
No había esta mañana en mis calles habituales quien me rescatara de la angustia por la fuga del tiempo y me he quedado más tiempo de lo normal recordando los rostros de aquellos transeúntes que fueron habituales del barrio y un día, sin que en un primer momento nadie lo percibiera, se desvanecieron para siempre en el opaco vacío de la relojería universal. ¿Qué fue de todos ellos? Formaron parte de mi vida en otros días, y luego se borraron. Me he acordado de Pessoa, que se preguntaba por el viejecito redondo y colorado del puro habano a la puerta del estanco. Y por el dueño del estanco. Todos habían ya partido hacia el reino de la luz del otro barrio. «Mañana», escribía Fernando Pessoa, «también desapareceré yo de Rua da Prata, de Rua dos Douradores, de Rua dos Fanqueiros. Mañana, también yo, sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un qué habrá sido de él. Y todos cuando hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.»

(Dietario voluble) 2008
Enrique Vila-Matas

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