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De pecados capitales

6 junio 2015
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I. Lamento de la Soberbia

I. Imagino tus ojos de serpiente abandonada,
tus ojos gas, ojos capaces de hacerme pedazos,
de disminuirme a diente, uña, lunar, cabello.
¿De qué color, de qué arcilla nos moldeamos ahora?

II. Digo Dios por decir pino, corriente, piedra, Dioses:
ruego un siroco para interrumpir esta asfixia,
el agua para tornarme peñasco y renunciar,
la llama en el abdomen para aprehender el dolor.

III. Jesucristo, ruega por ella.
Señor Sahui, detén la lluvia.
Señor Eleguá, abre las puertas.

IV. Yo creí ser dueña de todo secreto,
lo creí indefenso ante mi aguijón,
lo creí débil, perdido, miserable,
y le hice creer que era gigante sabio
para que se quedara aquí conmigo…

La gula roja ensombreció mi lengua:
le hice creer, le exigí que fuera magno
cuando sólo era burdo enano
que juega a crear fortunas con el aire.

II. Lamento de la Lujuria

(No hay de qué lamentarse.)

III. La estupidez, nuevo pecado, o Elegía a Fortunata

Podría juzgar el paso natural de Fortunata
insistir en sus ojos de gallina y entraña borreguil,
puesto que no comprendió que el amor no debe ser
incondicional, tonta, sino institucional,
que el amor en nuestros tiempos es propiedad privada,
inversamente proporcional a la seguridad.
Con léxico apropiado para la psicología:
existen neuróticos que no se aman a sí mismos.

Mas, en tus manos tiembla la precisión de la manzana, Fortunata.
El muslo del amado hurga apenas en la sombra.
¿Otra verdad existe? ¿Interesará otra cosa?
Cosas tan simples como ser de amor correspondido.
¿Interesa que él ondule mañana en pos del viento
o que arroje su ancla, que su lengua sea de trapo,
si el día de hoy ostento el indulto de tenerlo entre mis brazos?

Sus brazos, sí: hojarasca, torbellino de arena.

¿Importan los ojos, ojos en blanco, de Jacinta,
mi dolor cuando él se vaya (¿debo tener dolor cuando se vaya?)?

Ay Fortunata, arrastras tu amor y sigues viva:
pero eres el sol, Fortunata: sólo por hoy, no importa nada.

Grissel Gómez Estrada

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